¿Tua Culpa, Mea Culpa?

Gloria Chávez Vásquez

Me sorprende leer que William Ospina acuse a un ente abstracto, como lo es la “vieja dirigencia”, de los males que hoy azotan a Colombia. Dice que Pablo Escobar, el Mono Jojoy, Tirofijo, Sangrenegra y otros antisociales de ese tamaño, fueron víctimas y no victimarios, porque la sociedad colombiana no les dejó otras opciones. Que el talento “comercial” o “militar” de estos individuos se vio desperdiciado porque no tuvieron la oportunidad de demostrarlos de otro modo que no fuera criminal.

Empecemos por llamar las cosas por su nombre: Pablo Escobar, (como muchos otros narcos y revolucionarios de turno,) ni era un héroe, ni era un monstruo: era un megalómano desaforado por el poder del dinero y la violencia. Un tipo que utilizó su “inteligencia” o sus “talentos”, cualesquiera que fueran, para intoxicar, envenenar y matar el alma de todo aquel que sintió el impacto de su existencia absurda. Todo para saciar su avaricia lujuriosa.

Es innegable que en los edificios de gobierno de Colombia, (como en el de la China y la Cochinchina) han anidado históricamente las plagas mediocres y oportunistas, sujetos con o sin títulos que, como vampiros desangran los recursos del país, abusan y desmoralizan la ciudadanía y en su afán de poder rompen las reglas y llegan con impunidad al crimen.

Sin embargo, eso no significa que todos los colombianos apelen al crimen por falta de alternativas o a pesar de la sociedad disfuncional en la que viven. Punto.

No todos los colombianos escogen matar por maldad, deporte, política, venganza o ideologías que no entienden. Para escoger la ruta que escogieron los criminales antes mencionados, se requiere una mente en la que no existe el freno de la moral, ni la barrera del respeto humano; una mente en la que no existen las fronteras de los derechos ajenos.

Afortunadamente la honradez y la honestidad son valores de muchos colombianos que no se avergüenzan de tener poco y que creen que la felicidad no depende de lo que piensen o hagan los demás; ni del carro último modelo, ni de vivir la vida de fiesta en fiesta. Que prefieren comprar un libro a tomarse una cerveza. Cuya prioridad es alimentar a la familia a mantener una amante. Que llevan con tranquilidad y sin desespero lo que aquellos que aspiran al exceso y a los lujos pueden considerar pobreza. O que en el caso de la pobreza extrema, luchan por mantener su independencia y su dignidad lustrando zapatos o vendiendo arepas. Aquel que opta por la mendicidad generalmente padece de otro tipo de enfermedad mental. El que acude al robo, al asalto es definitivamente un sociópata.

La violencia no es la carencia de una paz que nos debe llegar como la lluvia o como la primavera. O un derecho que se nos debe conceder porque lo pidamos a gritos. La paz es un privilegio por el que debe trabajar perennemente toda la comunidad. La violencia proviene, repito, del individuo, física y socialmente funcional que padece de sicopatía. De igual forma, la corrupción es síntoma de sociopatía. Cuente Ud. los sociópatas y sicópatas que conoce, entre sus familiares, amigos o vecinos. O los que ve a diario por la televisión.

En Colombia (y el resto del mundo) la sociopatía y la sicopatía afectan a aquellos individuos que no han fortalecido su espíritu con valores morales y éticos y en cambio han destruido su mente por su avaricia, lujuria, adicciones, a punta de alcohol, droga, promiscuidad sexual, y que en muchas ocasiones han llegado al robo y al homicidio. Esas personas no aprecian el valor curativo de la educación ni del trabajo que para ellos significa tan solo esclavitud. No creen en los resultados positivos de la disciplina, para estudiar, trabajar, mejorar su posición social y económica. El talento en ellos se convierte en instrumento para delinquir, para victimizar a los demás. Son los depredadores sociales que están azotando la sociedad a nivel nacional e internacional.

El desorden social es solo evidencia de que una sociedad sigue siendo primitiva. De que no ha trascendido sus vicios que le impiden desarrollarse como una sociedad civilizada.

La única solución para curar las enfermedades sociales que afectan a un país reside en que todos y cada uno de nosotros hagamos esfuerzos a nivel personal y desde la familia para erradicar esas tendencias a nivel individual. El esfuerzo empieza con nosotros mismos. Si no nos gusta un gobierno, hay que tomar medida para sacar a los corruptos. Si no nos gusta la delincuencia, hay que condenarla desde el hogar. Si no nos gusta la violencia, hay que enseñar a los niños a dominar la ira y a reforzar su carácter con la disciplina a base de reglas justas.

Criticar la injusticia es muy abstracto para encontrar soluciones. Hay que identificar a los culpables y atacar los problemas uno a uno. Justificar la inmoralidad, la maldad, se convierten en una verborrea en la que se acusa a todo y a todos en lugar de examinar para remediar las condiciones del ambiente inmediato.

Finalmente, hay que abandonar el papel de víctima y asumir la responsabilidad individual de enfrentar y llamar por su nombre a los depredadores. De exigir responsabilidad a los que cobran un sueldo por mantener el orden público. Reclamar de una vez por todas y los derechos que pretenden arrebatarnos a diario estos seres disfuncionales, pero peligrosos porque nosotros les damos el poder.

Es así como se consigue la paz individual y social.

Cuestionario para empezar:

Qué piensa Ud. del abuso de bebidas alcohólicas y drogas en Colombia?

¿Cómo tratan a las mujeres en su familia?

¿Cómo tratan a los hombres en su familia?

¿Cómo tratan a los animales en su familia?

¿Con que frecuencia se maldice o se insulta en su casa?

¿Ha robado Ud. alguna vez en su trabajo, a un amigo, a un desconocido?

¿Qué valor le da Ud. a la espiritualidad en su vida?

¿Qué puesto tiene la educación en su familia?

¿Piensa Ud. que la manera de cambiar un país es coger un fusil y quitarle a los que tienen?

¿Cree que para tener cosas materiales hay que hacer lo que sea y como sea?

Piensa Ud. que la felicidad es una cosa que se la dan los demás?

EL VIEJO REMEDIO

William Ospina

Yo se que quieren que nos alegremos con la muerte de Pablo Escobar.

Yo sé que quieren que nos alegremos con la muerte del Mono Jojoy.

Yo sé que quieren que nos alegremos con la muerte de Marulanda. Y que nos

alegremos con la muerte de Desquite, de Sangrenegra, de Efraín González.

Y no me alegro. No me alegra la muerte de nadie. Pienso que todos

esos monstruos no fueron más que víctimas de una sociedad injusta

hasta los tuétanos, una sociedad que fabrica monstruos a ritmo

industrial, y lo digo públicamente, que la verdadera causante de todos

estos monstruos es la vieja dirigencia colombiana, que ha sostenido

por siglos un modelo de sociedad clasista, racista, excluyente, donde

la ley "es para los de ruana", y donde todavía hoy la cuna sigue

decidiendo si alguien será sicario o presidente.

Tanto talento empresarial de ese señor Escobar, convertido en uno de

los hombres más ricos del mundo, y dedicado a gastar su fortuna en

vengarse de todos, en hacerles imposible la vida a los demás, en

desafiar al Estado, en matar policías como en cualquier película

norteamericana, en hacer volar aviones en el aire: tanta abyección no

se puede explicar con una mera teoría del mal: no en cualquier parte

un malvado se convierte en semejante monstruo.

Y tanto talento militar como el de ese señor Marulanda, que le dio

guerra a este país durante décadas y se murió en su cama de muerte

natural, o a lo sumo de desengaño, ante la imposibilidad de lograr

algo con su inútil violencia, pero que se dio el lujo triste de

mantener a un país en jaque medio siglo, y de obligar al Estado a

gastarse en bombas y en esfuerzos lo que no se quiso gastar en darles

a unos campesinos unos puentes que pedían y unas carreteras.

Yo sé que quieren hacernos creer que esos monstruos son los únicos

causantes del sufrimiento de esta nación durante medio siglo, pero yo

me atrevo a decir que no es así. Esos monstruos son hijos de una

manera de entender a Colombia, de una manera de administrarla, de una

manera de gobernarla, y millones de colombianos lo saben.

Por eso Colombia no encontró la paz con el exterminio de los

bandoleros de los años cincuenta. Por eso no encontró la paz con la

guerra incesante contra los guerrilleros de los años sesenta. Por eso

no encontró la paz tras la desmovilización del M-19. Por eso no

conseguimos la paz, como nos prometían, cuando Ledher fue capturado y

extraditado, y cuando Rodríguez Gacha fue abatido en los platanales

del Caribe y Pablo Escobar tiroteado en los tejados de Medellín, ni

cuando murieron Santacruz y Urdinola y Fulano y Zutano y todo el

cartel X y todo el cartel Y, y tampoco se hizo la paz cuando murió

Carlos Castaño sobre los miles de huesos de sus víctimas, ni cuando

extraditaron a Mancuso y a Don Berna y a Jorge 40, y a todos los otros.

Porque esos monstruos son como frutos que brotan y caen del árbol muy

bien abonado de la injusticia colombiana. Y por eso, aunque quieren

hacernos creer que serán estas y otras mil muertes las que le traerán

la felicidad a Colombia, los desórdenes nacidos de una dirigencia

irresponsable y apátrida, yo me atrevo a pensar que no será una eterna

lluvia de las balas matando colombianos degradados, sino un poco de

justicia y un poco de generosidad , lo que podrá por fin traerle paz y

esperanza a esa mitad de la población hundida en la pobreza, que es el

surco de donde brotan todos los guerrilleros y todos los paramilitares

y todos los delincuentes que en Colombia han sido, y todos los niños sicarios

que se enfrentan con otros niños en los azarosos laberintos de las lomas

de Medellín, y que vagan al acecho en los arrabales de Cali y de Pereira y de Bogotá.

Claro que las Farc matan y secuestran, trafican y extorsionan,

profanan y masacran día a día, y claro que el Estado tiene que

combatirlas, y es normal que se den de baja a los asesinos y a los

monstruos. Pero que no nos llamen al júbilo, que no nos pidan que nos

alegremos sin fin por cada colombiano extraviado y pervertido que cae

día tras día en la eterna cacería de los monstruos, ni que creamos que

esa vieja y reiterada solución es para Colombia la solución verdadera.

Porque si seguimos bajo este modelo mental, no alcanzarán los árboles

que quedan para hacer los ataúdes de todos los delincuentes que

todavía faltan por nacer.

Más bien, qué dolor que esta dirigencia no haya creado las condiciones

para que los colombianos no tengan que despeñarse en el delito y en el

crimen para sobrevivir. Qué dolor que Colombia no sea capaz de

asegurarle a cada colombiano un lugar en el orden de la civilización,

en la escuela, en el trabajo, en la seguridad social, en la cultura,

en la sana emulación de las ceremonias sociales, en el orgullo de una

tradición y de una memoria. Yo, personalmente, estoy cansado de sentir

que nuestro deber principal es el odio y nuestra fiesta el exterminio.

Construyan una civilización. Denle a cada quien un mínimo de dignidad

y de respeto. Hagan que cada colombiano se sienta orgulloso de ser

quien es, y no esté cargado de frustración y de resentimiento. Y ya

verán si Colombia es tan mala como quieren hacernos creer los que no

ven en la violencia del Estado un recurso extremo y doloroso para

salvar el orden social, sino el único instrumento, década tras década,

y el único remedio posible para los viejos males de la nación.