Opus Americanus

Colección de Cuentos

Mezcle usted un poco de filosofía irreverente, una gran dosis del sentido más fino del humor, complete la fórmula con una base de originalidad e imaginación y el resultado son los 12 cuentos de esta colección.

Short Stories Collection

A rich universe of creatures, fictional and real which account for the author’s imaginative search for her roots and her identity and which translates into the magic of her stories.

Opus Americanus

De qué trata el Libro

Mezcle usted un poco de filosofía irreverente, una gran dosis de sentido más fino del humor, complete la fórmula con una base de originalidad e imaginación y el resultado son los 12 cuentos que la escritora colombiana Gloria Chávez Vásquez ha legado a sus lectores. La escritora hace uso magistral de la parábola para describir la condición humana, como lo hace en su cuento en “La leyenda norteamericana de la creación del cerebro” donde nos cuenta su ingeniosa versión de la escena bíblica o de la fábula como es el caso de “Las termitas” donde compara con la raza humana. Los 12 cuentos de OPUS AMERICANUS cubren un periodo de 25 años en la evolución de la escritora. Chávez Vásquez articula su conciencia de inmigrante en el idioma de su país anfitrión, así como en su idioma materno rescatando así, del azar de la traducción, su fibra narradora. Los cuentos examinan paisajes urbanos cotidianos en la vida de Nueva York y sus gentes. La colección incluye además algunos de sus cuentos más tempranos, escritos en escenarios colombianos.

Los Subwaynautas

“Pensamos que porque las cosas han sido fáciles para la humanidad en general por una generación más o menos, Subway-1nos dirigimos hacia la comodidad y seguridad perfectas en el futuro.Pensamos que siempre iremos a trabajar a las diez y saldremos a las cuatro, y comeremos a las siete por toda la eternidad”

H. G. Wells

Creerán que es mentira. Los de afuera. Los que no tienen necesidad de salir a la superficie. 0 aquéllos que se han adaptado tanto a la oscuridad que nunca han sentido la necesidad de terminar de una vez por todas con la dependencia del transporte masivo: que los pasajeros del tren subterráneo hemos sido condenados a pesadillas forzadas a cambio de la movilización.

Esta mañana desperté temprano. Como siempre. Con la esperanza de coger un tren menos congestionado, aún cuando no hubiese ni un asiento disponible. Por lo menos podría asirme a mi propio gancho o a mi propio poste metálico. Hasta eso se había convertido en lujo.

reloj

5:45 a.m.

Me di cuenta cuando me bañaba, que el día giraba en torno a esa mole mugrosa y acerada. Que un día de trabajo normal se componía de ese paréntesis denso y agitado que constituían los viajes ida y vuelta en subway.

¡Cuánto hubiera dado por un trabajo cerca a casa! o por lo menos uno al que pudiera transportarme por otros medios que no fueran los obligados.

“Es más fácil conseguirle visa a un “mojado” que conseguir trabajo en el vecindario,” me había dicho el sabihondo de Miguel un día. “Utópico” era sólo la última adición al gentrificado lenguaje yuppie.

reloj

 

6:00 a.m.

Quince años montando en el armatoste. Viéndolo descascararse gradualmente como leño viejo que se pudre, recordando lo excitante del comienzo. El tren marchaba como un bólido infalible, puntual, seguro. Había gente entonces pero no las montoneras. El gentío era ordenado. Las personas conocían la paciencia y sabían para donde iban.

Mas cuando las garantías comenzaron a disminuir, los ansiosos pasajeros vendieron su alma al diablo por un espacio suficiente en el qué introducir su anatomía. Aún cuando ese espacio no existiera más y ellos tuvieran que arrebatárselo a alguien.

El montón de gente invadió entonces la estación, como lava siniestra que serpentea en dirección contraria a nuestro destino. La masa cobra movimiento desesperado en horas de entrada o de salida del trabajo. En tiempo de luna, esa masa se transforma en millones de partículas humanas que se esparcen exaltadas hacia su propio mundo.

reloj

 

6:30 a.m.

Los pasajeros esperan el tren con una ansiedad que les castiga el rostro, llenándolo de arrugas prematuras. Apilonada ahí, sobre la franja avisora de peligro, la gente ignora la prioridad de asegurar sus vidas por un cupo en el vagón de un tren.

Se oye un rugido. Las luces paralelas se reflejan en las pupilas dilatadas, miles de ojos que se clavan en los ennegrecidos faroles. Dos círculos luminosos que se acercan precursores del gusano metálico.

Los subwaynautas se amontonan atraídos por un magnetismo masoquista. Cada quien busca desesperadamente en su total inercia entre codos y manos extrañas, un poco de aire para mantenerse vivo.

Contraerse. Luchar por no dejarse dominar por la claustrofobia. Concentrarse en los sueños, en los pensamientos, en los recuerdos o en las esperanzas. Cerrar los ojos con cuidado para no dar ideas a los ladrones de carteras, que últimamente roban por telekinesis. Cualquier movimiento es definido como sospechoso. La única señal de vida permitida es la respiración dificultosa. Alguien respira un aire caliente y húmedo sobre mi mano. Siento además partes de un cuerpo que vibra sobre el mío. Me mantengo alerta para no ir a despertar una libido.

reloj

 

6:40 a.m.

Baja un pasajero. Entran seis. Las matemáticas dejan de ser exactas. Afuera, la gente ha dejado de creer en ellas: ¡seis en uno si caben! o por lo menos tratan de caber. El último, el residuo, pudo haber sido expulsado de no haberse cerrado las puertas automáticas pellizcándole el trasero.

El residuo, un americano con cara de turista, entra leyendo el New York Times desplegado a toda vela. Las miradas convergen en el lector y su periódico para sugerirle que claudique al derecho que no le pertenece. Por un rato sin embargo, el lector pretende imponer su voluntad sobre los cuerpos vivientes cuyas pupilas incandescentes luchan con la somnolencia. Algunos indiferentes se atreven a leer los titulares. Otros, impacientes, acusan con la mirada a los lectores parásitos como si se tratara de cómplices o traidores. Los ojos de los importunados pasajeros continúan paseándose furiosamente sobre el invasor de espacios territoriales. La presión visual es más poderosa que el odioso egoísmo y el hombre capitula. Su problema ahora es plegar la vela de papel, lo cual logra por etapas.

reloj

 

6:49 a.m.

Un racimo de pasajeros penetra en los cuerpos que ya habitan los planos materiales de esa sección del tren. No hay intercambios. Nadie se baja, todos se suben, ¿Hasta cuándo podrán esos cuerpos comprimirse, adherirse sin asfixiarse?

El conductor pretende informar a la masa pública a través de una bocina gangosa, defectuosa que transmite su acentuada voz de Harlem mezclada con la estática y los cortocircuitos de un sistema de comunicación carcomido por el moho.

reloj

 

6:55 a.m.

Gran parte de la masa deserta el vagón. Por primera vez hay espacio. Unos pocos pasajeros ingresan a la sociedad temporal que viaja a sus trabajos. Al nuevo grupo se ha incorporado un juglar del tiempo, hippie-guitarrista-mendigo trasnochado tanto en época como en hora.

¡Hey, músico! Es la hora de los punks, en el que en lugar de cantar nos torturamos con anuncios de catástrofes. En lugar de protestar dejando de asearnos y llevar la barba y el pelo desgreñado, rendimos culto al narcisismo, unos vistiendo de las vitrinas de Bloomingdale’s y otros rapando partes inusitadas del cuero cabelludo, dejando sólo pelo suficiente para pintar con lacas de colores chillones. La piel reemplaza al blue jean y las hebillas de metal puntiagudo aprisionan muñecas y tobillos pronunciando la inseguridad que nos acompaña hacia el fin del siglo. Pidiendo a grito mudo disciplina, autoridad. ¡Retando en silencio colorido a dolor y al tiempo!

El hippie guitarrista no se da por aludido a las miradas críticas y comienza a cantar en un destemplado instrumento su versión de This Land is Our Land (Esta Tierra es Nuestra). Valga el cielo, hippie. ¿Es ésta la tierra que heredamos? No sé qué es más imprudente, si tu voz o tu destemplada afirmación. ¿Quién dirá la verdad de tu canto trasnochado? ¿Tu violación al derecho humano de comenzar una mañana en silencio?

reloj

 

7:00 a.m.

El tren continúa su marcha a veces lenta, a veces acelerada. De igual forma se alternan las torturas auditivas, unas veces el conductor, otras el guitarrista, muchas veces los dos formando un dúo cacofónico. ‘¡Shut up!’ gritan los sentidos.

reloj

 

7:15 a.m.

Hace frío. Trato de acomodarme en el pequeño asiento al extremo del vagón, Agradezco al Creador y en general a todos los creadores, por tener calefacción parcial bajo el asiento. Mi acompañante es ahora un hombre alto, moro, impresionante, que viste sobretodo negro como el resto de su atuendo.

Adornando barba y pelo de Judas Iscariote, un arete dorado en la oreja Izquierda, pulsos metálicos, anillos de todos los tamaños y diseños, medallón sujeto con cadenas. Pudiera representar en estos momentos a un Otelo que acaba de matar a su Desdémona y ha tomado un descanso en esta escena para viajar en tren y recordarse a sí mismo.

Su mirada va perdida, inexistente. De súbito parece cobrar intensidad un pensamiento suyo y una desazón se posesiona de sus manos. En pocos minutos el moro shakespereano picotea sus uñas nerviosamente transformando mi admiración en cautela.

reloj

 

7:21 a.m.

Trato de concentrarme en mi Truman Capote de bolsillo. Pero el vaivén de la máquina borrona las letras produciendo un sueño irresistible. Los vapores de aceite quemado adormecen los sentidos. Se escucha el tintineo desde el vaso de cartón de un mendigo que proviene de otro vagón.

El guitarrista se hace a un lado mientras continúa su sonata obviamente improvisada. El nuevo espectáculo cobra dimensiones de circo ambulante.

-¡Señoras y señores, lectores y durmientes, subwaynautas de temprana nave: la compañía de juglares en desgracia se permite atormentar a ustedes en este viaje por la infame suma de un token, con el que pueden comprar visiones inesperadas compactas en un solo tren, un solo viaje, una sola hora!-

¡En este caso se trata, señoras y señores, de un muy popular espectáculo de trenes, la hora de los mendigos, en la que los muy importantes pasajeros son testigos de la más increíble variedad de miseria humana! ¡Sí, subwaynautas del futuro! Vean desfilar ante sus ojos, la amplia variedad de los despojos humanos, desamparados, bag-ladies, mutilados, artistas fracasados, desempleados, borrachos, dementes, todo por la irrisoria suma de un token, damas y caballeros que marchan a sus trabajos para huir a la pobreza que alcanzó a nuestras figuras de hoy! ¡Vean como esta mujercita de color oscuro habita medio cuerpo, fenómeno inexplicable aún en la metrópolis más civilizada de esta tierra!

Observen, inmigrantes del presente, el mendigo loco cuya sola presencia está precedida de olores nauseabundos imposibles de reproducir en un cuerpo humano! Participen de la increíble historia del mendigo saxofonista portador de antenas y lentes sicodélicas en su inútil cabeza haciendo juego con su atuendo estrafalario, cuya música terrestre anuncia que el músico proviene de lejana galaxia y que su nave ha sufrido dificultades técnicas. Por eso, amables terrícolas, me veo obligado a pedir dinero en este mundo, para reparar mi nave y partir de nuevo.

¡Si señoras y señores, turistas de todos los países del planeta tierra! Debemos ayudar a este alienado para que lleve un mensaje de paz a los futuros visitantes…

El guitarrista continúa proveyendo su horrible música de fondo.

reloj

 

7:29 a.m.

El tren se ha detenido. El juglar pretende interpretar una tonada Beatleriana. Un crimen más contra el arte. Espectáculo patético. Oda a este tren moribundo. El altavoz hiere los sentidos con un chirrido agudo que anuncia a la razón el motivo por el cual se ha detenido el tren. Tal vez un suicidio o un homicidio en la estación siguiente, nos explica el sentimiento. De cualquier forma una tragedia porque los pasajeros llegarán tarde a los trabajos y los jefes no aceptarán la excusa compartida por miles de personas.

El Otelo-Judas no se inmuta. El guitarrista insiste y por primera vez la lírica tiene sentido en la tonada de Simón y Garfunkel: The Sounds of Silence (Las Voces del Silencio).

El tren continúa su marcha forzada como si hubiera sobrevivido a un ataque en su corazón de acero. Detallo los rayones, las firmas, los seudónimos pintados a chorros por la manía. Busco mensajes de esperanza, mas desisto. Aún no ha llegado el Mesías del graffiti a anunciar el fin de la pesadilla juvenil. Hay caos de colores rabiosos en los trazos. Más bien, como dice el juglar en la canción… “la voz del profeta está escrita en una pared del subway…”

reloj

 

7:38 a.m.

En la nueva estación, una manada de estudiantes se abalanza dentro del tren. La algarabía recordaría un ataque indio de no ser porque los gritos son asonantes. Unos aúllan, otros ríen. Todos gritan por su lado. Las muchachas hispanas y morenas hablan a todo pecho. Caminan errantes por los vagones en busca de otros estudiantes.

reloj

 

7:40 a.m.

Nuevo anuncio de altavoces.

“¡Este tren se declara fuera de servicios” Y a duras penas ha llegado a la parada. No se dan explicaciones.

¡Al diablo con las explicaciones! ¿Quién se cree que es usted, infeliz y atorrante pasadero que viaja en las entrañas de un monstruo enfermo y aburrido? ¿A qué preguntar el motivo de que el monstruo haya expulsado, defecado esa masa humana?

Los pasajeros desorientados, desconcertados, cansados, furiosos, indignados, hartos, no tienen más remedio que apearse y comerse su ira o emprenderla con otras víctimas.

“¿Qué mira usted?” Se trata de una mirada extraviada.

“¡No empuje zoquete!”y él también empuja.

Miran a todos lados buscando responsables. Un cuerpo para esa voz, esa odiosa voz afónica que inunda la estación. Desafortunadamente no hay sino víctimas a la vista. Los Subwaynautas miran confundidos e impacientes sus relojes. Con gusto cambiarían su alma por un parón o estirón del tiempo. No se dan cuenta de la futilidad de una vida dentro de un sistema cavernoso creado para el progreso. Ni de que hay otras alternativas. Hay salidas. El solo pensamiento se traduce en libertad.

Salir de la estación. Respirar el aire, aire fresco, cualquier clase de aire, otro tipo de atmósfera que no sea el aliento asfixiante del dragón metálico. Mirar el cielo azul, algo que garantice que aún hay vida después del subway. Otra visión diferente a las sucias plataformas, a los transeúntes infelices del subterráneo.

No ser ya parte de la masa. Caminar sin ser empujada. Escapar al invasor cansancio. Necesidad de ver caminos y salidas.

Coger un día libre, porque agobia los sentidos la oscuridad “iluminada” por las luces sucias, mortecinas.

Tomar las riendas de mi destino. Esta se ha convertido en mi prioridad a las 7:49 de la mañana.

 

Las Termitas

“Roen por dentro la madera. Cavan túneles y pasadizos secretos. Su presencia se hace evidentes un buen día, cuando se desmorona un mueble, se derrumba una pared, se hunde un piso o se desploma una casa entera.  Son los descendientes directos de una antigua raza destruida hace tiempo por la ira divina”.

A simple vista aérea, las termitas eran una sociedad invisible, que enseñaban a sus hijos lo que hacer en cuanto desarrollaran sus afiladas fauces.

“Hijo,” cuenta la leyenda que dijo Termófilo una vez a su primogénito, “el mundo es tan malo y corrompido que hay que actuar de igual manera si se quiere progresar en la vida. Aquí la ley es la de la mandíbula más fuerte. Aquel de los dientes más grandes y afilados tiene más oportunidad de sobrevivir.”

Sin comprender lo que le decía su padre, pero lleno de orgullo termítico, el pequeño Termín comprobaría poco a poco y a mordiscos, que si no afilaba los dientes, el vecino se le comería el pedazo de madera que le correspondía. El hecho pondría en duda su genuinidad como termita.

No era necesariamente cierto en aquella sociedad, que para ser un comején había que nacer royendo. Había que aprender a roer y a ser termita. Era la filosofía reinante en ese entonces.

Para obtener el grado de termita, Termín tuvo que lanzarse a la tarea desenfrenada de roer y roer y roer todo el día, teniendo en cuenta que al roer se estaba alimentando y al mismo tiempo desempeñando las funciones importantes en su vida y en la vida de todo animalejo viviente, esto es, trabajar para subsistir y afirmar su existencia.

Cierto -Termín terminó por entender- que se estaba convirtiendo en un comején más, pero uno que luchaba por su calidad y vivía en rivalidad constante con todo el termitero para mantener su individualidad.

Eventualmente la termita envejecería resignada a aceptar que el miembro común de un termitero nacía, crecía, se reproducía y roía hasta morirse. Algunas veces alguno dejaba de roer tiempo antes de su muerte, pero este mismo hecho determinaba el fin de su vida pues al anularse su función digestiva el comején se condenaba automáticamente a la muerte por inanición. Como en aquella sociedad se desconocían las leyes de la prolongación de la vida, termita que moría, comida que quedaba a disposición de otros para ser consumida.

En fin, para explicar esas funciones, se escribieron muchos libros entre los comejenes Intelectuales. Dignos de recordarse fueron Termístocles y Aristérmico, cuya función principal consistió en roer con desenfreno volúmenes enteros en las bibliotecas. Durante la Edad de Oro de las Termitas, los libros comejénicos trataron de muchas especialidades y tuvieron mucho éxito los tratados filosóficos del gran Termón, sabio éste sin cuyas bases de sabiduría comejénica hubiesen quedado muchos libros en los estantes de las librerías sin roer. Su obra principal, “El Fenómeno de las Termitas de Boca Pequeña” se convirtió en un clásico entre sus congéneres.

Otras obras se escribieron, pero ninguna superó a “Termitas Subdesarrolladas”, código de principios sociales para los comejenes cuyo autor permaneció anónimo. Luego vino, “El Sexo y las Termitas”, la obra de Termantes que se convirtió en éxito de librería hasta que los moralistas lo censuraron por considerar que atentaba contra la naturaleza comejénica y terminaron royendo la obra.

Como toda termita decente, Termín se preocupó por enviar a sus hijos a la escuela para que aprendieran y asimilaran las tradiciones de su civilización. La sociedad comejénica no deseaba un exceso de termitas ignorantes. A su vez, los comejenes educadores debían guiarse por los tratados de cómo abrir y cerrar las fauces y obtener bocados de madera más grandes.

Toda termita aspiraba a cualquiera de estas dos condiciones porque daba prestigio y a eso se llamaba triunfar en la vida.

En el universo de los comejenes existía el concepto de un dios generoso que proveía a la especie de mesas y tablones, sillas y escalones de robles, de encinas, paredes y techos de cuanta calidad deliciosa de madera existía en el mundo. Termael, un comején progresista, examinó y describió las funciones de este dios misterioso y fue el primero en establecer que se trataba necesariamente de otra criatura, más grande quizás, pero en todo caso de la misma calaña que los comejenes.

Hubo una época en que un grupo de termitas liderado por Terminia se unieron para predicar que una sociedad ideal sería que todas las termitas royeran igual, ni un pedazo más ni un pedazo menos que el resto de sus contemporáneos; la nueva doctrina promovía una sociedad razonable donde, si había una sola tabla, esa tabla había que compartirla con todo el mundo. Pero habiendo termitas tan bien situadas en la escala social y con tanta experiencia en su roedora misión, alegaron que no era lo mismo estar en un escritorio de roble que en un banquillo de triplex. Se aconsejó a los comejenes progresistas mantener el patrón económico de ese entonces pues de otra manera el equilibrio social de los termiteros se derrumbaría. No se podía remediar a los que nacían con fauces débiles. Era cuestión de suerte.

Durante un tiempo esta raza de comejenes trató de organizarse para sobrevivir cómodamente. Se inventaron leyes y prodigios para mantener bajo control a sus miembros más ignorantes y por lo tanto a aquellos que traían más problemas sociales. Pero aquellos que imponían las reglas, inventaban también su inmunidad.

Con los años, los comejenes se multiplicaron de tal modo que la civilización termítica comenzó a degradarse. Termusa, una termita dedicada a la ciencia y poseedora de gran sentido común insinuó que había un problema obvio y sin miedo alguno lo fue comunicando: “Señores, sucede que comemos madera, y ya se han escrito muchos libros al respecto. Vivimos de madera y existen bibliotecas enteras sobre el asunto. Hay expertos por doquier enseñándonos cómo consumirla. Pero, ¿y cuando se acabe esa madera?”

“¡Es una alarmista!”- dijeron las termitas economistas, así como los comejenes con grandes intereses en la industria.

“La termita esa es una paranoica!” dijo la prensa y todos aconsejaron que no había que hacerle caso. La duda sobre la decadencia de la civilización persistió sin embargo en los escritos de Coménico, una termita que expuso sus ideas en artículos y discursos, ensayos y libros.

“Termitas del mundo! nuestras reservas de madera se agotan y nosotros seguimos royendo sin parar. De ahora en adelante tendremos que racionarnos…”

No bien había terminado de hablar cuando una lluvia de bolitas de aserrín cayeron sobre su cabeza. Hubo un grupo pequeño de comejenes seguidores del maestro que tomó la advertencia un poco más en serio y dando ejemplo de sacrificio dejaron de roer por una hora al día. Entonces, las que vieron que había bocados disponibles, abrieron más grande que nunca sus fauces y se los fueron tragando sin pedir permiso a nadie.

“¡Debe de haber una manera de controlarnos!” se dijeron los comejenes idealistas. Las termitas se multiplicaban aceleradamente, agregando el problema de la explosión termigráfica al de la subsistencia. Nacían millones de comejenes por minuto. Alguien sugirió que la única solución era controlar de alguna manera los nacimientos. Algunas termitas estuvieron de acuerdo pero otras se aferraron a los métodos convencionales. De cualquier manera notaban que mientras menos apareaban más comían y que de igual forma los que sí apareaban traían más bocas de termitas al mundo. ” sociólogos lo explicaron como una crisis social combinada con sexualidad disfuncional.

Un organismo de gobierno en el termitero propuso que la única solución que quedaba era declarar la guerra a las termitas que habitaban en “El Ropero de Roble” puesto que éstas aún tenían madera suficiente para alimentarse. Si los comejenes se lanzaban a la batalla y salían vencedores podían muy bien despojar a los perdedores y almacenar las reservas. Las protestas de las termitas pacifistas fueron acalladas por la multitud que alegaba que se estaba liberando al mundo de la excesiva población a la vez que se estaba dando de comer a los que se estaban quedando sin alimento. Cada bando defendió su punto de vista con igual pasión.

En las guerras, que no trajeron solución real, se consumió más madera que nunca pues hubo que fabricar armas para la defensa.

“Si no encontramos una pronta solución vamos a tener que comer del aserrín que forma nuestro excremento” anunció el portavoz de un organismo de emergencia.

Aquella no hubiera sido una mala idea del todo, si no hubiera sido porque algunos se las ingeniaron para hacer trampa. Los que se sacrificaron y comieron excrementos de aserrín, vieron impotentes cómo los egoístas se comieron los pedazos en reserva.

Surgió Nicomején, gran líder que predicó: “La misión de las termitas es más noble que roer y comer madera. La misión de un comején en este mundo es más noble que eso. Cada termita aporta a la civilización de nuestra raza con su trabajo, con su lucha. Cada hueco que se haga, cada pasaje, cada túnel, es una huella nuestra, es la huella de nuestra generación y ejemplo que marca nuestro paso hacia el futuro. Todo comején debe olvidarse de sus intereses personales y trabajar en beneficio de esa sociedad en la que vive. Los comejenes que se desvíen de ese propósito con su comportamiento o malas ideas serán castigados.

Las predicas exaltaron el ánimo de las termitas, tanto el de los seguidores de Nicomején como el de sus enemigos, de tal forma que se iniciaron revoluciones y un verdadero caos se desató en la sociedad termítica. El trabajo roedor cesó y comenzó la lucha por el poco espacio que quedaba. Ya no había madera que comer y mucho menos en la qué sostenerse.

“¡Hay otros mundos!” se le ocurrió a una termita de nombre Noején como último recurso. Noején pidió que se construyeran naves espaciales de los pedazos que quedaban en las reservas secretas, Mientras tanto se declaró el estado de emergencia.

Cuando los huecos eran enormes y la madera crujía, hubo un diluvio repentino.

“¡Que viene el diluvio! ¡Que viene el diluvio! El Señor nos castiga!” Túneles y canales comenzaron a inundarse y en ellos murieron ahogados comejenes jóvenes y viejos, ignorantes y sabios. Algunas termitas lograron milagrosamente llegar a la nave que Noején había construido. Otras no lograron escapar al colapso y se lanzaron para morir en el vacío. La mayoría pereció en el gran diluvio atribuido a la ira divina.

Subway-2Eso es lo que cuentan los anales de la historia antigua de los comejenes. Pero si las termas hubieran tenido visión suficiente y otras facilidades, hubieran podido observar las manos del exterminador gigante que, portador de un gran tanque metálico y una enorme manguera, presionaba para liberar el líquido blancuzco y de olor astringente. Las aguas antisépticas inundaron túneles, canales y pasadizos construidos durante siglos de civilización y de cultura termítica.

Así consta en los papiros salvados por los pocos sobrevivientes que arribaron a un mueble cercano, virgen de historias, a comenzar de nuevo la misión de las termitas.

Opus Americanus

The Subwaynauts

Subway-1“We think, because things have been easy for mankind as a whole for a generation or so, we are going on to perfect comfort and security in the future. We think that we shall always go to work at ten and leave off at four, and have dinner at seven for ever and ever.
H. G. Wells
You may assume I am lying. You, out there, who have no need to get away from the surface. You, who have so adapted to the darkness and have never felt the urge to break away, once and for all, from mass transportation dependence.
And because of your silent conformity, we straphangers of subway trains have been condemned to a nightmarish world in exchange for our mobility.

This morning I woke up at dawn, as usual. My one and only thought: to beat the crowd and catch a less congested train. I didn’t hold expectations for an available seat, but prayed for at least a space in which to fit. A bar or post to claim as my own.

reloj

 

 5:45 a.m.

While l was taking a shower, I realized that my day orbited around a filthy, subterranean mass of steel. A regular workday was part of a dense and anxious parenthesis, namely the back-and-forth trips of a subway train.

What I would have given for a job closer to home. A job where I could have other alternatives, such as walking, biking or another means of transportation.

“lt is easier to get a visa for a ‘mojado’ than to get a job in your neighborhood!’” self-appointed expert Miguel said to me one day. ‘Utopic’ had been our last addition to an already gentrified yuppie jargon.

reloj

 

6:00 a.m.

Fifteen years riding the ol’ Hulk. Watching it gradually disintegrate like a rotten log. I’ve read of its exciting historic beginnings, when the train still sped like an infallible bullet. Punctual. Safe. There were crowds then, never hoards. People used to exercise tolerance and knew their destination. These days, however, even tolerance ran short. Passengers became anxious beings who traded their soul for a place to rest their tired bodies and troubled minds. Such space did not exist any longer.

In no time, a mass of people invaded the subway stations like sinister lava flowing against our destiny. it became a restless, hopeless, vibrating molasses-like river during peak hours. By the time of the full moon, this amorphous mass split itself into millions of human particles desperately crawling toward their own cosmos.

reloj

 

6:30 a.m.

An army of passengers, anguish reflected in their sad faces, awaits the train. Their facial features are engraved with countless premature wrinkles. They stand as a single body, piled on top of a faded yellow line. Ignoring the danger for the sake of ensuring their entrance into the belly of the monster.

The metallic dragon crawls closer. You can hear its roaring hot breath and feel it on every inch of your skin. A dusty stream of light emanates from its fierce bulbs reflecting on countless pairs of staring eyes.

The subwaynauts pack themselves even tighter, as if attracted by an Irresistible magnetism. Everyone searches in despair, within a total inertia, among alien hands and elbows for a little sip of air, just enough to keep themselves alive, barely avoiding the inevitable aggressive looks.

They shrink and struggle to overcome the claustrophobic feelings. They seek refuge within their most Intimate thoughts and dreams. They close their eyes so as not to give the wrong idea to pickpockets or sexual harassers who may actually rob or abuse you by telekinesis. Any moment is definitely suspicious. The only legal vital sign is the one that allows you to breath with difficulty. Someone breathes humid hot air through my hand’s skin. I can even feel a body’s inner vibration behind my back. I remain on guard to avoid helping to awaken undesirable libidos.

reloj

 

6:40 a.m.

Six passengers enter. A single person gets off. Math stops being an exact science. Out there people refuse to rely on pure facts alone. Six can go into one! Or at least they try to. The last person could have been expelled, had it not been for the automatic door. Looking like a tourist, a man reads the New York Times spread open like a sailboat canvas. All stares converge on the reader and his paper to angrily force him to renounce a right he doesn’t own. For a while, however, the reader pretends to impose his will on the living bodies of incandescent eyes struggling with somnolence. A sector of indifferent riders keep to themselves, In a trance. The curious ones dare to read the headlines. The rest fix their accusatory eyes on the parasitic readers. The unfortunate passengers continue their furious but silent battle over the territorial invader. Visual pressure proves more powerful than selfishness and our man capitulates. His problem now is to fold his sailing paper into several points. He gives up, gallantly sparing victims and inconveniences on the collective ego.

reloj

 

6:49 a.m.

A mass of passengers forces itself into the tighter-by-the minute car, thus violating an already occupied sacred space. There are no exchanges. Nobody gets off, everybody gets In. How could these bodies continue to shrink, move, breath, without suffocating or disappearing into oblivion?

The train operator pretends to inform the public through a squeaking speaker, transmitting in a Harlem-accented voice mixed with static and the short circuit noises of a communication system eroded by rust, time and human aggression.

reloj

 

6:55 a.m.

At this point of the feast, the metallic worm spits out a good number of straphangers. A few outsiders join the temporary traveling society. Among the newcomers, an outdated jester, a mixture  of hippie-guitarist-bum.

(Hey, music man! Instead of growing hair, we must either pay tribute to our narcissism or torture ourselves. We must dress from Bloomingdale’s or shave our heads, leaving just enough hair to paint with colorful sprays. Flesh and ragged jeans, metal and leather must wrap our wrists and ankles. We must make statements about our insecurities and search for sexuality. We must silently beg for authority and defy pain and mortality in screaming colors until the end of the century!).

The guitar man doesn’t give a damn about the critical looks. He starts playing an out-of-tune version of “This Land is Your Land.”

(For heaven’s sake, hippie! Is this the land we inherited? I don’t know which is more perverse, your ugly voice or disharmonious affirmation. Who will tell you the truth about the obsolete song? Who is going to make you aware of your violation of the human right to start a silent morning?)

reloj

 

7:00 a.m.

The train continues moving fast and slow, fast and slow. In the same style and manner, the audio tortures alternate, sometimes the conductor, other times-, the guitar man, and many times both of them, thus giving birth to an unbearable cacophonic duet.

“Shut up!” my senses protest, eager for quiet.

reloj

 

7:15 a.m.

lt’s cold. I try to accommodate myself in the small seat on one end. I thank the Creator —and all creators for that matter— for the partial heat under my seat and my new companion, a tall, Moorish-looking man who wears a coat, block, like the rest of has outfit. To match his Judas Iscariot- like beard and hairstyle, a golden earring, metallic bracelets in both hands, rings of all shapes and designs, and a golden medallion. He looks like a crazed actor who is in the middle of playing a Mr. T-ish Othello, and who alter having strangled his Desdemona has taken a break in this scene. His is a blank stare. Almost nonexistent.

All of a sudden, his thought seems to recover intensity. A nervous uneasiness possesses has hands. In a few minutes the Shakespearean Moor has obsessively bitten his fingernails off, transforming my admiration into caution.

reloj

 

7:21 a.m.

I try to concentrate on my Truman Capote paperback. But the rocking motion of the machine blurs the words, making me doze off. ‘Me burned o¡¡ vapors numb me. A tinkling sound originates in the paper cup of the beggar who’s collecting more pity than coins. The guitarist makes way while continuing an obviously improvised tune. The new show acquires the dimensions of a traveling circus:

“Ladies and gentlemen, readers and sleepers, subwaynauts, the company of unfortunate jesters allows itself to torment you for the ridiculous amount of a token! Yes, ladies and gentlemen… your fare buys you these unexpected visions from underground New York!

On this occasion, we have, ladies and gentlemen, a most popular subway show: The Beggar’s Hour, when the most kind passengers witness an incredible variety of human misery. See them parade in front of your very eyes. The wide variety of castaways, homeless, bagladies, crippled, unemployed, winos, demented, all for the minimum charge of a token.

See for instance, the little black woman, who manages to survive in half a body, an inexplicable phenomenon even in the most “civilized” metropolis on this earth.

Observe, immigrants of present plight, the alcoholic beggar whose presence is preceded by nauseous odors, impossible to classify In the human body! Participate in the incredible story of the demented saxophonist, bearer of psychedelic glasses and antennae installed on his useless headphones. His extraterrestrial music announces that this musician has arrived from a far-off galaxy and that his ship has had serious technical difficulties.

“This is why, ladies and gentle earthlings, I am obliged to beg for currency in this planet, so I may repair my ship and depart…”

(“Yes, tourists of all countries of the planet earth, we must help this alien soul so he may bring a peaceful message to our future visitors…”)

The guitar man continues providing the show with his horrible background music.

reloj

 

7:29 a.m.

Train brakes. The jester pretends to interpret a Beatles’ song. Pathetic crime against music. Ridiculous ode to a diseased train.

The loudspeaker hurts the collective eardrums with its acute screech, leaving it to the subwaynauts to guess the cause of the delay. Perhaps the suicide or homicide of a fed-up passenger In the next station. Or an explosion to protest the MTA executives’ despondency. In any case a tragedy because all subwaynauts in this train will be late for work and the bosses won’t buy the excuse of individuals who don’t drive extensions of their personalities to work.

Judas doesn’t move. He is now curious about the guitar man whose lyrics, for the first time, offer a relief. He has mercifully chosen “The Sounds of Silence.” The train resumes its forced pace. The steel structure moves as if it had survived a heart attack. The jester sings it all: “The voice of the prophet is written on a subway wall…” I eagerly examine the scribbles, signatures, nicknames, tags, scratched by the mania of our youth. I search for messages of hope. I desist. There is only chaos in the sketches and the raging colors. The messiah of graffiti hasn’t arrived yet to announce the end of a nightmare.

reloj

 

7:40 a.m.

A new announcement through the speakers: “This train is going out of service!”

No explanations are offered. Instead, the conductor screams angrily at passengers who protest or defy him by daring to remain inside the train. He threatens to shut the door and lock them in. They panic.

To hell with explanations! Who do you think you are to demand and explanation? Poor devil, good-for-nothing passenger who has no choice but to travel In the guts of a sick, bored monster! Why ask why the dragon has expelled, vomited, defecated this human mass?

The disoriented, indignant, upset, angry, furious, out-raged, sick and tired subwaynauts again run out of choices. They must get off and swallow their anger or direct it toward other victims.

“What are you staring at?”

“Don’t push me, you creep!”

They look everywhere searching for those responsible. For a body to humanize the fastidious, hateful, aphonic voice inundating the station. There is nothing but victimized bodies in sight.

No such luck. The subwaynauts look, confused, and impatient, at their watches. They would trade their souls to stop or stretch time for just a few seconds. Others just realize how futile life is inside this cavernous system created for progress. There are other options. There are exits. The mere thought brings freedom.

To get out of the subway. To breathe air, fresh air, any kind of air, a different atmosphere, other than the poisonous breath of the metallic dragon.

To look at open sky, something to guarantee life after the subway. A cleaner vision than the filthy platform or the unhappy faces in the subway. A wish to put distance between one and the crowds.

To walk without being pushed, an urgent need to see new ways, new exits.

To take a day off because the dark, humid, stinky passages, sleazy grounds, agonizing lights pervade the senses. But most of all, to escape the overwhelming fatigue that invades body and soul.

To have control over my own destiny. This has become my sole priority at 7:49 in the morning.

The Termites

They corrode wood from within. They dig tunnels and secret passageways. They cause furniture to tumble down, walls to slump, floors to sink and whole houses to collapse. They are the direct descendants of an evil race called The Termites destroyed by an act of God”.

termitasFrom an aerial view, the Termites were an invisible society, who taught their offspring what to do when their teeth developed.
“Son”, Termophilus once said to his older child, “this world is so mean that you have to become very aggressive lf you want to make lt in life. The law here is that the strongest, the one with the biggest and sharpest teeth, is the one to survive.”
Termin, the little termite, couldn’t quite understand what his father was trying to tell him. But, full of termitic pride, he would gradually realize that 1 f he didn’t sharpen his teeth and sight, he would lose his wood to a neighbor who had both.
lt wasn’t necessarily true that to become a Termite one would have to be born gnawing. One had to learn to gnaw and become a Termite. lt was the Prevailing philosophy of the times. To reach a high status among all termites, Termin would have to apply himself to the boring task of gnawing and gnawing and gnawing all day long. He had to be mindful that in gnawing he was not only feeding himself, but also playing an important function in his own life and in the life of any living bug, that of asserting his existence. He could be certain then he was a Termite.
Granted -Termin would grow up to understand- he was only one amidst the crowd, but one who struggled for individuality and who lived in constant rivalry with the members of the termiterium.
Eventually he’d age accepting its living pattern: as a member of a termiterium one had to be born, grow up, reproduce and gnaw until the end of one’s life. Sometimes a termite, as it had happened to Termonides his grandfather, would accidentally end his mission in life before its time. For a termite to lose his teeth meant automatic condemnation to death and starvation. The secrets of the prolongation of life were unknown to this Termitic society. A golden rule was that when a termite died there was more wood left for others.

termitas3Many books had bend written by intellectual termites such as Termistocles and Aristermicus to explain termites’ most vital functions. These books told of many specialties. There were many well known editions including the philosophical essays of the great Termaes, a wise termite whose intelligent gnawing was responsible for many empty shelves in the libraries. His main book “Phenomena of the Small-Mouthed Termites” became the handbook of any decent termite.
Other successful books were written by more popular termites such as Woody Termite. “Underdeveloped Termites,” a manual of Termite social principles, and “Sex and the Termite, “became all-time bestsellers. Censors and moralist termites considered them an attempt against termitic nature. At first, they prohibited its consumption, only to finally gnaw the books themselves.
Termin would in turn send his child to school so he could learn how to bite, how to chew, how to gnaw and how to make good use of his teeth in all possible ways so he could understand his traditions. An excessive number of ignorant Termites were not desirable In this civilization. Termite teachers were obliged to guide their students by the treatise on how to open and close their jaws and get bigger chunks of wood when they gnawed. What mattered, more than anything, was who could cat the biggest piece and who could accumulate more wood. This gave a termite prestige in its social surrounding. An average termite was expected to fulfill these goals so he might succeed in life.

There existed a concept of a generous God who provided the species with an unlimited supply of tables, chairs and a delicious variety of oak and maple furniture as well as walls and ceilings of tasty mahogany. Termael, a progressive termite, studied the functions of this mysterious God and arrived at the conclusion that this God had to be a bigger creature of a much better breed than the Termites.
A group of termites led by Terminia united to preach that the ideal society would be one where all termites would cat only what they needed to live, neither a piece more nor a piece less than their fellow termites. The new doctrine promoted a reasonable society where, if there was only one table for all, it would be for all to share. Incredibly enough, there was a handful of well-to-do termites more experienced in their gnawing skills, who claimed that it wasn’t the same for a termite to be born an oak crib as on a bamboo floor. They were advised to maintain the present economic pattern, otherwise the social equilibrium of the termites would crumble. There was no way to help the weak-toothed termites.

The Termite Race continued to try to organize itself so it could survive comfortably. They wrote laws to subdue the most ignorant members, those who brought social unrest and constant problems. The Termites in charge of enforcing the laws also came up with legislation to protect and immunize themselves against their own laws.
Termuse, a famous scientist, observed that termites multiplied in such a careless way that eventually they would have to see the fall of civilization as a self-fulfilling prophesy. A termite with common sense, Termuse suggested that there was an obvious problem and she boldly proclaimed:
“My fellow Termites, as you all well know, we gnaw wood, and there are a lot of scientific approaches to the subject. Our mission is to gnaw wood. We feed from it. Millions of books have been written telling us about ¡t, instructing us to do it better, how not to do it and so forth. There are experts on the art of gnawing everywhere, but nobody has questioned what will happen when we run out of wood!”
The analytical question of this thoughtful termite caused a controversy among listeners.
“She is paranoid,” said one.
“Naughty termite,” some commented.
“She is a troublemaking activist,” they agreed.
Termite Dust, a noted news termite, wrote about this “materialistic termite” and said they shouldn’t pay attention to whatever nonsense she was spreading.
The doubt about a decadent society pervaded the mind and doings of Terminael, who exposed his ideas in lectures and articles, essays and books.
“Termites of the world! Our wood reserves are growing exhaust and we keep gnawing relentlessly. From now on we will have to start rationing…”
He hadn’t finished his speech when a rain of thousands of sawdust balls buried him alive.
Followers of this new prophet took more seriously the warning. They set an example of sacrifice and stopped their gnawing for an hour a day. The others, who found more wood available, simply opened their faucets wider and went on gnawing all the wood in sight.

“There has to be away to control our selves” protested the environmentalist Termites.
Adding to the problems of survival, innumerable termites continued to be born by the minute. Some one announced that the only solution to the situation was birth control.
The contraceptive methods were unsuccessful since those who didn’t stop giving birth compensated in numbers for the ones who had already stopped. The phenomenon was explained as a social crisis combined with dysfunctional sexuality.
A termiterium governing organism proposed that the only solution left was to declare war on the termites of Oak Closet since they appeared to have plenty of wood. The winners could expel the losers, thus profiting from their reserves. Those Termites who protested were quieted by the multitude. They argued they were freeing the termiterium from excessive population by means of war and also feeding those termites who had begun to starve. Each party defended its viewpoint with equal passion.
Termites wasted huge amounts of wood manufacturing weapons for offense and defense.
“lf we can’t find a prompt solution we will have to feed on our own excrement,” announced the emergency organism. This would have been a very practical idea, if it hadn’t been for termites who managed to cheat. Those who sacrificed and ate their own sawdust saw the cheaters stealing wood from the reserves.

termitas2“The mission of the termites is being endangered,” said Twiggy Termite, a new leader. “Our mission on this termiterium is nobler than just gnawing and corroding wood to feed ourselves! Each termite should contribute to civilization with its work, its struggle and its sacrifice! Each hole you make, each passageway, each path, each tunnel and aisle is our trademark and that of our generation. They are our achievements and they mark our pace towards the future. Each and every termite must forget his own personal interests and work for the benefit of the society in which he lives.”
Followers as well as enemies became so excited by Twiggy Termite’s word that countless riots preceded a revolution. Chaos erupted in the termiterium. The gnawing stopped completely and a battle for survival ensued.
They fought to death for the shrinking space. There was almost no wood left to gnaw and even less to stand on. A termite named Noak demanded that they build spaceships out of the last pieces of wood. A state of emergency was declared.
When wood started cracking, a torrential rain began, thus upsetting the salvage work. Tunnels and channels were inundated and termites drowned.
“A flood, a flood! God punishes us”, said a repentant Termite.
Noak and some other termites had already started to board the spaceships built in a hurry. Others managed to reach the periphery but were engulfed in the vacuum. Most Termites perished In the great flood caused by divine wrath.
The ancient history of the survivor termites, recorded in the Book of Noak, tells of “a race of immoral and foolish termites who perished during a flood.’
But had the termites had enough vision, they would have been able to see the huge hands of the exterminator. He held the immense metallic tank and a hose, pressing to release the white astringent liquid, which seeped throughout the tunnels, channels and pathways built during so many centuries of civilization.
Unfortunately, this piece of information is exactly what the few survivors who arrived at the nearby termiterium to begin anew the mission of the Termites were missing in their scrolls.