DESERTORES DESERTADOS

Gloria Chávez Vásquez

“Los Estados Unidos son un espejo que revela a sus constructores y la forma de sus espíritus. En el sistema norteamericano los hombres y las mujeres están sujetos desde la infancia a un proceso inexorable de adaptación; ciertos principios contenidos en breves fórmulas son repetidos interminablemente por la prensa, la radio, las iglesias, y las escuelas, y por esos bondadosamente siniestros seres, las madres y esposas norteamericanas. Una persona prisionera de estos esquemas es como una planta en un florero demasiado pequeño para su tamaño que no puede crecer ni puede nutrirse. Esta especie de conspiración no puede mas que provocar violentas rebeliones individuales. La espontaneidad se venga a si misma…”


Octavio Paz


A los estadistas que miden el progreso –o en este caso el fracaso– del sistema educativo norteamericano, el fenómeno de la deserción escolar les resulta más difícil de entender que la jeringonza de un rapero.

La antigua creencia de que la educación bilingüe era la cura para la deserción escolar –por lo menos entre los jóvenes inmigrantes– pasó de moda, y las filas de desertores no solo continúa alargándose sino que los niveles académicos de los que se gradúan se ha devaluado al punto que muy pocos entran al college sin el requisito de un programa “remedial”.

A las personas que nos preocupa estos asuntos nos gustaría que fueran los expertos dieran una respuesta precisa a la razón por la cual tantos muchachos abandonen las escuelas de este país tan pronto tienen la oportunidad de hacerlo.

Quizás unos cuantos detalles sobre los problemas comunes a los estudiantes desertores pueda arrojar un poco de luz al interesado en encontrar respuestas.

Las condiciones óptimas del aprendizaje requieren que el estudiante pueda concentrarse en el estudio. Esto se logra cuando el individuo está tranquilo. Esa seguridad solo puede proveerla el apoyo de un hogar funcional y sin problemas económicos Así como un ambiente escolar amigable y seguro. Es obvio pues que a un joven con problemas personales y rodeado de situaciones críticas en su escuela le resulte casi imposible sentarse en un aula a aprender o concentrarse de lleno en una clase.

Normalmente los escolares hispanos padecen el conflicto de identidad, es decir, tienen a rechazar la cultura (nativa o no nativa) con la que no se identifican lo suficiente. Los inmigrantes recientes, acostumbrados a otro sistema educativo, sienten que el nuevo ambiente les es hostil y no llena sus necesidades. A pesar de que terminó convirtiéndose en instrumento de politiqueros, la educación bicultural/bilingüe ayudaba al estudiante resolver ese conflicto.

Sin ese tipo de ayuda académica, el joven inmigrante se sume en un laberinto de horrores porque como observa Octavio Paz, el norteamericano es “un sistema que somete a sus ciudadanos desde la infancia a un proceso inexorable de adaptación”. La persona encerrada en estos esquemas, nos dice Paz, “es como una planta en un florero muy pequeño para su tamaño. Ni crece ni se nutre.” Esta especie de “conspiración”, concluye el Nobel mexicano “ no puede sino provocar rebeliones individuales violentas.”

Aún los jovenes inmigrantes con estructuras académicas internacionales se quejan del paternalismo déspota del sistema norteamericano, de la agresividad de algunos administradores, profesores y alumnos. El sistema educativo es antisocial y nutre las actitudes racistas y la violencia en gran parte porque los edificios donde transcurre la enseñanza secundaria carece de patios o salones que propicien el descanso, la socialización sana, el estudio o la reflexión. (Las bibliotecas escolares son zonas prohibidas para un estudiante que se acerca a ellas independientemente.)

La decisión de abandonar la escuela tienta al joven en un momento en que los problemas se acumulan y revientan en crisis personal. Los muchachos buscan refugio en las pandillas, y las muchachas en relaciones inestables con varones de su edad. La alternativa de un hogar independiente termina casi siempre en un embarazo prematuro y la evasión de la responsabilidad.

Un joven al borde de la deserción necesita desesperadamente de la atención profesional (consejería o trabajo social). Se supone que la escuela actúe como un agente facilitador de la comunicación y ofrezca apoyo y protección al estudiante en el caso de que el suyo sea un hogar disfuncional.

Desafortunadamente el problema de la superpoblación escolar, así como los continuos recortes convierten a lo que sería una posible solución, en simples paños de agua caliente limitados a un reducido número de estudiantes. Tanto la respuesta de los padres como la de la escuela en momentos de crisis es bastante hostil al desertor en potencia cuya prioridad ahora es escapar a las presiones.

La falta de entendimiento y verdadero interés de parte de los líderes y políticos para encontrar una solución al problema de la deserción hace que el presupuesto se destine a los programas de moda o menos importantes que los servicios de consejería y trabajo social.

La ansiedad nacional por cubrir los problemas derivados de la deserción hace que la gente improvise y cree a veces nuevos problemas. Frustradas en su misma ignorancia, las administraciones escolares rebajan los niveles educativos antes que promover la superación académica del estudiante.

Los que abogan por la cura para un problema que en daño y dimensiones no tiene nada que envidiar a las actuales epidemias (incluyendo al terrorismo,) pretenden encontrar la solución sin aceptar las causas.

Pasamos al siglo XXI como quien comienza a creer que el mal no tiene remedio. Se escriben muchos reportes, se publican continuamente estadísticas pero existe negación total en un sistema que no quiere aceptar responsabilidad en el fenómeno. Resulta más fácil pensar que la deserción es un problema cultural. Que el problema del desertor está en los genes. Nada de raro tiene entonces que los jóvenes continúen escapando en desbandada de escuelas que para los efectos semejan más correccionales.