BOTANDO FORRO

Gloria Chávez Vásquez

La adicción al poder que padecen muchos individuos, les lleva a comportamientos extremos que en ocasiones sobrepasan el delito y la violencia. El adicto al poder es por naturaleza violador de los derechos ajenos pues siempre debe imponer sus deseos sobre el bienestar de los demás. En su desesperación por ese “éxtasis” que experimentan algunos cuando dominan a otros, destruyen vidas incluyendo la suya propia.

Pero hay un adicto al poder, que podriamos llamar de media tinta. Es el individuo que sirve de instrumento al poderoso y , que, como serpiente de paraiso, actúa por debajo de cuerda. Es aquel que se beneficia indirectamente prestándose muy directamente a la corrupción y a la violación. El corrupto no tiene conciencia ni principios morales pero vive paranoico esquivando la mirilla pública que se enfoca en el poderoso. A este tipo de persona no le interesa la “responsabilidad” y la fama que atrae el poder, sino sus beneficios. Su producto más codiciado, aparte del dinero, son las sobras del poder. Y por migajas está dispuesto a quebrantar leyes, violar confianzas, y destruir moral o físicamente a todo aquel que se atreva a señalar los abusos.

Desfortunadamente para el mundo, esta especie es la que mas abunda y se propaga en condiciones humanas como las actuales. El poder, dije alguna vez, es una serpiente de paraiso, que tienta y desgracia a todo aquel que se deja seducir. Cuando la corrupción, - que como gastada piel de ofidio se seca ante la luz - se hace evidente a los ojos de la verdad, es hora de botar forro.

Como todo fenómeno, el cambio de piel no depende del reptil, en este caso aquel que personifica al poder corrupto. sino del proceso que dictan las leyes naturales. Según las leyes físicas, todo lo que sube, debe bajar. Y bajar, baja, por su propio peso, ( entre más pese la bolsa más arrastra a la caída) aquel que se enriquece con el producto de las actividades ilícitas, muchas veces acompañadas del crímen.

Decía Abraham Lincoln que la verdad en tiempos de corrupción era algo así como la tierra despues de una gran nevada. Era posible esperar que permaneciera cubierta solo hasta que empezaba a derretirse la nieve. Y derretirse, se derrite, especialmente cuando arrecia el calor de los ánimos. La corrupción se cuece entre dos fuegos, el de los corruptos que luchan por mantener su fachada de honestidad y los afectados, generalmente todo un pueblo. Por eso, aunque muchos cínicos piensen lo contrario, la verdad surge, tarde que temprano, como la tierra lista para el abono, despues de que la blanca capa de la hipocresía se vuelve líquida y luego se evapora.

En toda su historia, Colombia no ha conocido realmente lo que se diga un tiempo de paz o de concordia. El estado natural de sus asuntos sociopolíticos ha sido, salir de una crisis para meterse en otra. Sus cambios aparentes se limitan a los cambios de piel. Los lideres honestos son vistos con suspicacia y hasta con rencor. Como todo redentor, mueren crucificados por aquellos a quienes no les conviene una atmósfera de dignidad ni de respeto. La violencia para ese tipo de victimarios es mas lucrativa. Resulta más cómoda para especular con productos de primera necesidad, vender aquello que no es de primera necesidad sino en tiempo de guerra, como las armas por ejemplo. Y por supuesto, existe la impunidad para abusar, para violar, para matar.

Hay algo positivo en el cambio de piel. Durante esas “purgas” la actitud popular no es ya pasiva y se rebela ante el estancamiento de la justicia. Hay esperanza. La esperanza de que por lo menos, se ventile la podredumbre y se averguenze (si es que tienen vergüenza) a todos aquellos que se han acostumbrado a vivir en concubinato con la delincuencia, la avaricia, la deshonestidad y la falta de ética.

Quizás, cuando la inteligencia popular comprenda que en una democracia el poder es de todos y no de unos pocos, botar forro deje de ser parte de nuestra vida social y política, porque la hipocresía entonces no tendrá razón de ser. Talvez cuando los colombianos abandonemos los ismos, (regionalismos, nacionalismos, etc) porque han dejado de ser una cobija de seguridad, y veamos las corrientes doctrinarias como lo que son -simples manifestaciones del fanatismo- comprendamos que formamos parte de un universo, que no estamos solos, que no estamos a merced de una fuerza destructora que conocemos demasiado bien como violencia. Que la víctima cede su poder al victimario cuando permanece en silencio. Que la paz está tan cerca de nosotros como lo están nuestra familia y nuestros vecinos. Que el enemigo no es la crítica sino nosotros mismos cuando nos sentimos responsables de lo que se nos critica.

Que en fín, tenemos la obligación de recuperar el poder de las garras de los delincuentes que se esconden detrás de una maquinaria llamada guerrilla, o de una tumba blanqueada y putrefacta llamada narcotráfico o de una llaga apestosa como la corrupción política. Tenemos el deber de ayudar a sacar a flote la verdad, a levantar la patria y echarla a andar para las futuras generaciones.